Los siete pecados capitales del gobernante: CORRUPCION (primera parte) Jesús Martínez Álvarez.
En las pasadas colaboraciones hemos venido tratando lo que hemos denominado “los siete pecados capitales del gobernante”. Hasta esta fecha hemos publicado lo referente a Soberbia, Irresponsabilidad y Simulación
Desde luego, no pretenden ser lecciones de moral o ética política ni mucho menos, simplemente, son reflexiones producto de la experiencia personal.
Ahora abordamos la corrupción, de tan lamentable presencia en todas las sociedades y tan frecuente en la nuestra.
La corrupción es una de las tentaciones más presentes en el ejercicio de gobierno, originada por la concentración de poder y la posibilidad de administrar montos a los que difícilmente tiene acceso una persona. Con la responsabilidad de conducir la vida política, económica y social de una comunidad, ésta deposita en el gobernante también la facultad de hacerse cargo de la hacienda pública.
Efectivamente, esta encomienda lleva implícita la existencia de controles de diversa índole y de variada eficacia. Pero más allá de estos controles, la más importante fuerza para evitar los llamados de la corrupción es la conciencia y el respeto por la confianza que la sociedad toda deposita en el jefe de gobierno.
El servidor público es corrupto cuando exige un porcentaje de la obra que ha adjudicado, pero también lo es cuando se deja llevar por la negligencia; es corrupto cuando actúa directamente para promover el cohecho, pero también lo es cuando lo permite o lo encubre; es corrupto cuando oye el sonido del dinero al tomar una decisión, pero también lo es cuando deja que sus actos sean determinados por el parentesco, la amistad o el amorío.
A diferencia de otras faltas, la corrupción necesita de consentimiento para poder existir. Si una de las partes se resiste a ella, el intento se desvanece. Lo que ocurre es que en ocasiones el consentimiento no es libre ni puede serlo porque el entorno es tal que reclama víctimas. Es verdad que a veces el ciudadano es el primero en proponer el “acuerdo”, pero también es cierto que en otras no le queda alternativa si quiere continuar un trámite, ganar un concurso o dar de alta una empresa, aun cuando prefiriera jugar limpio.
Si grave es la corrupción cuando deambula subrepticiamente temerosa de ser descubierta, lo es más cuando se convierte en costumbre pública y hace del cinismo su carta de naturalización. Hay gobiernos que no sólo no tratan de ocultar la corrupción que han impuesto, sino que la difunden entre pasillos para que todos sepan que esa es la forma de tratar cualquier asunto.
Reglas claras, dicen por todas partes los funcionarios de esos gobiernos, e incluso gastan bromas en todos los tonos para solazarse con su hábito depredador. Al paso de los años, es posible que el pueblo se sume a ese cinismo, condenando y aceptando la corrupción, riéndose de ella y padeciéndola, justificándola y promoviéndola. Todo a la vez, hasta el grado de llegar a creer que se trata de un mal social innato: “Así somos”, se dice, a manera de explicación o de resignación.
Sesudos estudios pueden incluso confirmar esta creencia, respaldados en términos como idiosincrasia, inercia histórica o herencia cultural.
No podemos aceptar esta fatalidad. La corrupción es una opción, a la que se llega por voluntad, y en ocasiones por fuerza, pero no una condición inevitable de un pueblo. Y menos un destino.
El gobernante, en consecuencia, no sólo tiene la obligación de sustraerse y sustraer a su gobierno de las tentaciones de la corrupción, sino también la de promover y hacer valer la transparencia, la equidad y la honestidad para que los ciudadanos tengan la certeza de que se obtiene mayor recompensa actuando correctamente que siendo corrupto. No a la inversa, como es la triste conclusión de muchos.
En los lugares donde hay basura por todas partes, pocos se resisten a tirar basura; en los sitios limpios pocos se atreven a arrojarla. Lo mismo ocurre con la corrupción. La conducta general impone normas. Aun cuando depende de todos crear los espacios para una conducta limpia, el gobernante debe empezar por hacerla posible e impulsarla