Lo que yo creo de mí, lo que pienso de mí, tiene que ser igual con lo que yo siento acerca de mí, de lo cual dependerá lo que yo haga de mi vida. El pensamiento crítico de mi yo, me conduce a la disyuntiva de elegir entre optar por la venganza o por el perdón, de dar pie al afán desmedido de enriquecerme o ser generoso y compartir, de elegir entre el compromiso conyugal y fidelidad o tener una doble vida. La interpretación de lo que vivimos nos debe llevar a no quedarnos solos con la emoción y los sentimientos sino convertirlos en experiencia, de tal forma que vayamos llenando los años de vida y no vayamos llenando de años la vida.Acumular años sin acumular vida, es quedarse con la vivencia sin convertirla en experiencia.
Cuando hemos sentido y vivido la alegría de sabernos útiles, de enjugar las lágrimas de otra persona, de aligerar el dolor del enfermo, de acompañar al que está triste, o de haber escuchado, amado y ofrecido la mano al más necesitado, esto nos estará vacunando contra el egoísmo, la mediocridad y la vanidad.
La verdad y el bien debemos captarlos con emoción para que nos mueva a la acción, para que nos conduzca a la práctica de obras positivas.
Formemos hábitos virtuosos que hagan que nuestras actitudes y conductas generosas, honestas y responsables, sean algo cotidiano y ordinario, que se exprese de manera espontánea y habitual.
Nuestra constante adhesión a principios y valores universales da unidad y sentido a nuestras vidas.