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by JorgeSnchez94
on 27/1/14
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@brizuela27_cone Puedes mostrarselo a Cardozo? Te lo agradezco :) Saludos!

EL DIABLO
por Mauricio Cabrera

Ser adulto es aburrido. Por más orgullo con que se afronte la vida, crecer duele. Las primeras veces se agotan. Nuestras virginidades se extinguen a cada día. Los pasatiempos pierden su impacto. Los partidos de la Selección Mexicana en el nido de la gallina de los huevos de oro con acento anglosajón se convierten en un martirio para el cuerpo sistematizado en modo godinez que recuerda que hay que dormir temprano para ir a la oficina. A las diez de la noche, los amistosos ante rivales desconocidos se respaldan en bostezos frente a la pantalla. Los miedos, esos que alimentaban fantasías adolescentes y detonaban pesadillas memorables, ceden su terreno a la objetividad del viejo que a todo busca explicación científica. Las películas de terror se vuelven predecibles. Nos disfrazamos para pasar el rato, pero con el respeto perdido a aquellos seres monstruosos que atormentaban nuestros sueños en las noches de soledad infantil. Por eso hoy quiero reconocer al que en mi adultez temprana me enseñó que el miedo no siempre conoce edades ni depende de la noche para consumar su maldad, al personaje que me siguió atemorizando incluso después de entender que La Llorona no era más que un invento y las momias unos seres deformes para el entretenimiento de los turistas guanajuatenses.

Su presencia me inquietaba más que cualquier otra. No diré que se trataba de un terror psicológico, porque ese lo vivimos cada Copa del Mundo con la Selección Mexicana en el cuarto partido. No, él no se valía de los juegos mentales para llevarme a desear el suicidio. Él era malo entre los malos. Casi podría apostar que fue el verdadero creador de aquella frase que dicta que debe tenérsele más miedo a los vivos que a los muertos. Cuando me enteraba de su presencia, el aire escaseaba y miraba las manecillas esperando que ese día no se atreviera a lastimarme. Era un asesino en serie cualitativo y cuantitativo, mataba a muchos, pero, por imposible que parezca, también era capaz de matarte varias veces. Lo padecí tantas ocasiones que he perdido la cuenta. Si tuviera que describir lo que me hacía sentir con su presencia, diría que me chupaba el alma como los dementores a Harry Potter. A mí y a millones. Tan abrumado estoy que deseando pensar en especiales para el Día de Muertos se vino a mi mente para hacerme palidecer y sentir un escalofrío de esos que te anuncian que el mundo te vigila. Su nombre no debiera ser mencionado. Es un Voldemort de carne y hueso.

De todas sus maldades hay una que puedo reproducir con lujo de detalle. Eran otros tiempos. América coqueteaba con ser el Cruz Azul de aquel entonces. La cuenta de años sin títulos prometía seguir creciendo. La ida de los cuartos de final fortalecía la moción. Toluca se impuso dos a cero en el Azteca y dejaba el juicio final para el sábado 2 de diciembre en el Nemesio Díez. Parecía una misión imposible. Enfrente estaban Cristante, Víctor Ruiz, Sinha y el innombrable. Un autogol de Andrés Silva al comienzo mataba al América, pero se produjo una resurrección que ni en el más optimista de los escritores hubiera imaginado. Franky Oviedo, el Matador Hernández, José Luis Calderón y Jesús Mendoza, este último autor del tanto que daba el boleto al minuto 89, configuraron una remontada que sólo habría podido resultar más espectacular si en vez de la sobriedad bohemia del Coco Basile hubiera estado el Piojo Herrera frente a una cámara Phantom que aún no se utilizaba. Fueron segundos de gloria, de festejar como pocas veces en mi vida. Y entonces, cuando la voz del narrador aún no volvía a los decibeles habituales ni las cámaras a la transmisión en vivo, Espinoza metió un centro que You Know Who mató con el pecho para disparar y aniquilar a Adolfo Ríos. El arquero de Cristo vencido por el Diablo. La épica convertida en tragedia. Aquella tarde comprendí el verdadero significado del miedo. Y sé que muchos me acompañaron en ese dolor y comparten ese trauma. Si me hipnotizaran para conocer mis temores, seguro afloraría ese recuerdo. Quizás lloraría, o quizás, sólo quizás, simplemente saldría corriendo despavorido.

Por eso cuando se fue me sentí como en el desenlace de una película de terror. Me aseguré de que no quedara ni un vestigio de su existencia. No estaba dispuesto a confiarme después de que las reglas cinematográficas indican que el mal nunca muere. Aquel día que colgó los botines, el sol iluminó mi rostro, el aire me acarició con armonía. Confieso que le guardo rencor, tanto que ahora que viste de traje soy incapaz de darle todo el mérito que le corresponde. Me niego a creer que después de tanto daño infringido vestido en calzoncillos y con zapatófono integrado acabará convertido en un delincuente de cuello blanco. El diablo tiene nombre y apellido, habla con acento guaraní y se llama José Saturnino Cardozo Otazú. Y ahora, habiendo reflexionado, prometo no volver a burlarme de Cruz Azul. Lo que les hizo Moisés no tiene nombre. Como tampoco lo que el diablo nos hizo a los americanistas.